Se trata de un paseo imprescindible. Cruzar el Puente de Brooklyn es una de esas cosas que hay que hacer cuando vas a Nueva York. Y una bonita hora para hacerlo es al atardecer, justo cuando la luz ilumina las piedras en ese tono anaranjado que hace que las fotos queden, si cabe, más espectaculares. ¡Y la de fotos que se pueden llegar a hacer en este lugar!
Inaugurado en 1883, su construcción llevó más de trece años. 1800 coches y 150000 personas lo cruzaron el primer día. Su obra costó más de 15 millones de dólares. Se convirtió en el puente colgante más largo del mundo durante 20 años.
Si algo llama la atención, además de sus enormes bloques de piedra, son sus arcos y su cableado de acero, que hace que el puente sea más resistente. Es impresionante cuando lo ves de cerca. Sin duda es mucho más que un puente. Se ha convertido en todo un símbolo de la ciudad.
Por la pasarela de abajo circulan alrededor de 145000 vehículos cada día. Mientras, por arriba, ciclistas y peatones intentan hacerse un hueco, unos a más velocidad que otros, para llegar al otro lado del
East River. Conviene tener cuidado y respetar el carril bici si no quieres morir atropellado, o que
maldigan a toda tu familia...
Desde aquí las vistas de Manhattan son inmejorables. A la izquierda el
Financial District con sus enormes edificios y su constante actividad. A la derecha el
Manhattan Brigde y en la misma dirección el
Empire State y el
edificio Chrysler, que a esa distancia parecen muestras de una pequeña maqueta de juguete. Y a lo lejos se puede ver la
Estatua de la Libertad, pequeñita y solitaria, que se confunde con en el horizonte.
Desde allí nos imaginamos qué diferente sería si estuvieran las Torres Gemelas, superando hasta dos veces en altura al resto de edificios. Una imagen que todos hemos visto en cientos de postales y que guardamos en nuestra memoria. No podemos evitar sentir un escalofrío en nuestros cuerpos y una tremenda nostalgia.
El sol comienza a ponerse y los últimos rayos se cuelan entre los edificios creando un efecto de contraluz de tal forma que sólo se adivinan sus siluetas. La estampa es preciosa, así que nos apoyamos en la barandilla metálica para contemplar las vistas, mientras ciclistas y corredores pasan a toda velocidad haciendo vibrar la enorme pasarela de madera. Es uno de esos momentos en los que te gustaría que el tiempo se detuviera, aprovechar cada segundo, sentirlo en cada poro de tu piel... no sé si estoy exagerando un poco pero fue justo lo que sentí, "quiero ser consciente de todo esto para poder recordarlo siempre". Allí me sentí simplemente feliz.
Casi llegamos al final del puente. Entre las fotos y alguna que otra parada hemos tardado más de lo que pensábamos. Brooklyn nos espera y queremos dar una pequeña vuelta antes de ir a cenar. Ya casi nos hemos acostumbrado a eso de cenar a las 7 y media...
Al llegar me acordé de Paul Auster y de sus historias de Brooklyn y de Nueva York. Ahora era yo la que estaba paseando por sus tranquilas calles residenciales, lejos de las sirenas, los ruidos, el tráfico... como uno de sus personajes.
Después del largo paseo nos entró el hambre y fuimos directos a una pizzería,
Grimaldi´s, que dicen que es la mejor pizzería de Brooklyn. Las colas para entrar son famosas y la tuvimos que sufrir, casi media hora (en Nueva York hay que hacer cola para casi todo...), pero mereció la pena. Mucho ambiente, mantelitos a cuadros rojos y blancos, fotos de famosos por las paredes y las pizzas... deliciosas!!
Durante el viaje de vuelta disfrutamos de las luces, no sólo del puente sino también del downtown de Manhattan. Espectacular. Comenzaba a hacer frío pero no nos queríamos ir. Sentados en un banco nos limitamos a estar allí en silencio, obervando. Cuando nos dimos cuenta de que no estabamos solos.
La luna nos acompañaba.